Aquí se narra la saga familiar de José de la Borda, un joven nacido en los Pirineos franceses que, a principios del siglo XVIII, viaja a la Nueva España, donde desarrolla un talento inusual para rescatar vetas abandonadas en las minas de Tlalpujahua, Taxco y Zacatecas. La muerte prematura de su esposa lo obliga a replantear sus metas, consagra entonces su fortuna y sus hijos al servicio de Dios dejando un legado imperecedero en la iglesia de Santa Prisca.

Su asombroso ingenio y tenacidad le valieron el sobrenombre de Fénix de los mineros de América, pero detrás de su éxito se esconden las vicisitudes de la época virreinal, marcada por el enfrentamiento entre la sensualidad y la espiritualidad. Los desvaríos de su hija, tras profesar en el convento de Jesús María, y las contradicciones de Manuel de la Borda revelan el conflicto de una sociedad barroca en la que vicio y devoción compiten en un marco de celebraciones fastuosas donde las apariencias son esenciales.